El mismo día que el dogma del libre comercio, impulsado por los lobbys que rodeaban el congreso de Washington, derribaba las barreras comerciales de sus vecinos, en el sur de México nacía un movimiento revolucionario que dijo a su gobierno el “tú no me representas” para empezar un proyecto de autogestión y autogobernanza. Frente a un gobierno que vendía el país y su población mediante un tratado de libre comercio injusto para la población y que beneficiaba a una pequeña élite empresarial, una minoría de campesinos proclamó su celebre “aquí manda el pueblo y el gobierno obedece”.
- ¿Cuál es el verdadero costo de la minería?
- El túmin, la moneda inspirada en los principios de autonomía zapatista
- El TTIP y la improbable armonización entre precaución y riesgos alimentarios
- La mayor central obrera de EEUU y Canadá pide frenar el TTIP
- Cómo puede afectar el TTIP a tu puesto de trabajo
- Algunas preguntas que quizá te has hecho sobre el TTIP
De aquel 1 de enero salió un movimiento que decidió empoderar al pueblo de Chiapas para que este eligiera su destino de una manera autóctona, sin tener que acatar las leyes de encorbatados ministros con dudosas amistades con los cárteles de la droga y una amistad manifiesta con sus homólogos estadounidenses.
Las exigencias del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) eran simples y fáciles de entender, aunque no tanto de conseguir, “trabajo, tierra, albergue, comida, salud, educación, independencia, libertad, justicia y paz" y la promesa de formar un "gobierno libre y democrático".
Si se pudiera decir qué acontecimiento empujó a los campesinos de Chiapas a embarcarse en una insurrección armada posiblemente sería la decisión del gobierno de Salinas en 1992 de revocar el Artículo 27 de la constitución federal. El artículo 27, un producto de la Revolución Mexicana, garantizaba los derechos de los campesinos para la utilización de tierra privada en desuso o de la tierra del estado. Una ley que protegía el “procomún” como un beneficio y un derecho de la población mexicana y que proporcionaba sustento a millones de campesinos.
Hoy Chiapas sigue siendo una de las zonas más pobres de México, pero si comparamos su situación a la de gran parte del país tras aprobarse el NAFTA, podría decirse que los lentos pero firmes avances del cooperativismo agrario, influenciado por los valores zapatistas, no han dado tan malos resultados.
El porcentaje de mexicanos que viven en la pobreza aguda pasó de 21.46% en 1994, a 50.97% en 1998, disparando esa cantidad a más del doble en sólo 4 años de vigencia del tratado de libre comercio. Más de 5 millones de campesinos tuvieron que dejar las tierras que cultivaban y emigraron a las ciudades lo que provocó un fuerte desempleo urbano, con su consecuente marginalidad y desigualdad.
El crecimiento anual promedio per cápita de la economía mexicana apenas alcanzó un 1,1% en esos 20 años, tirando por los suelos las promesas de crecimiento y prosperidad económica que proclaman los tratados de libre comercio. Las pocas industrias que crecieron, como es el caso de la industria automovilística, lo hicieron a costa de la desregulación de los salarios y el despido de los trabajadores mexicanos, y de las clases obreras norteamericanas, las otras víctimas de este tratado.
Los tratados de libre comercio, desastre no sólo para el país pobre
Detroit, la ciudad que llegó a ser la cuarta en importancia del país, apodada “Motor City” y sede de las tres grandes empresas de la industria automotriz -General Motors, Chrylser y Ford- vio como la deslocalización de esta industria más allá de su frontera con México en busca de salarios baratos, escaso poder sindical y poca regulación laboral y medioambiental, desolaba la ciudad abocándola a unos índices de desempleo insostenibles.
Actualmente Detroit está declarada en bancarrota, teniendo el dudoso privilegio de ser la mayor quiebra municipal que se conoce hasta el momento, con una deuda que supera los 18.000 millones de dolares, más de tres veces la deuda de la ciudad de Madrid. La ciudad que llegó a albergar casi 2 millones de habitantes, ha sufrido un éxodo en búsqueda de empleo dejando su población en 700.000 personas y los polígonos industriales donde se fabricaban los motores y bujías de medio planeta ahora parecen desoladores escenarios de una película apocalíptica.
Canadá recibió más de 50 demandas por parte de empresas energéticas ante tribunales privados
En Canadá, país famoso por su extensa naturaleza y respeto al medio ambiente, el NAFTA abrió las puertas a las contaminantes empresas mineras estadounidenses que encontraron en las montañas canadienses un nuevo mercado para instaurarse y explotar. A ello se sumó la obligación de aceptar una nueva forma de extraer energía del suelo llamada fractura hidráulica, más conocida como Fracking. Fueron muchos los movimientos civiles que se movilizaron y opusieron a la práctica del Fracking, ya que gran parte de la comunidad científica ha demostrado que es una técnica altamente contaminante e incluso causante de seísmos.
Después de años de movilizaciones y oposición por gran parte de la población civil canadiense, en 2011 el gobierno decidió realizar una moratoria al Fracking y otras prácticas mineras hasta que se pudieran estudiar y demostrar sus efectos contaminantes. Acto seguido Canadá recibió más de 50 demandas por parte de empresas energéticas ante tribunales privados, los conocidos como ISDS, por contradecir el acuerdo NAFTA con dicha moratoria. Un de esas demandas, la de la empresa canadiense Lone Pine, exige una compensación de 250 millones de dolares. Canadá se enfrenta a demandas por más de 1.000 millones si no retira la moratoria, lo que demuestra que los tratados de libre comercio eliminan el poder soberano, democrático y popular de un país y su ciudadanía en favor de las grandes empresas.
TTIP y TISA. La soberanía de Europa vendida a unos pocos
En la actualidad nos encontramos en un momento en el que dos tratados similares al NAFTA, el TTIP y el TISA, están siendo debatidos y negociados en el mayor y absoluto secreto, a espaldas de la ciudadanía. Los defensores de estos tratados alegan las mismas virtudes y ventajas del libre comercio que ya defendían antes de arruinar y contaminar a las clases obreras de México, Canadá y Estados Unidos.
Todo esto hace pensar que quizás necesitemos un proceso de autogobierno, orientado a la democracia y la solidaridad entre las personas, tal y como reclamaban los zapatistas. En aquella ocasión debatieron y decidieron si su respuesta al gobierno debería seguir vías pacíficas o ser una lucha armada, y ganaron los apoyos a la segunda opción. En la Europa actual, la ciudadanía tiene mayores posibilidades de organización, movilización y de articulación de redes europeas que posibiliten la presión ciudadana, desde las calles y las urnas, para parar acuerdos negociados de manera secreta que sólo beneficiaran a unas minorías empresariales.
Si se firman el TTIP y el TISA necesitaremos crear formas de gobiernos más locales, horizontales y democráticos que nos ayuden a confrontar una Europa dominada por “los mercados” y que abre las puertas al neoliberalismo explotador y contaminante. Necesitaremos crear, tal y como hicieron los zapatistas, una sociedad o sociedades más justas, solidarias y democráticas. Si estos acuerdos siguen su actual curso -en la última votación sobre la continuidad en la negociación del TISA en Bruselas, Partido Popular, PSOE y Ciudadanos votaron a favor- necesitaremos estructuras de contrapoder organizadas y que trabajen en red a un nivel europeo para responder a semejante falta de democracia. Si se aprueban el TTIP y el TISA necesitaremos nuestro “1 de enero del 94”.
Comentar