Al principio del sueño todo era fantástico, un milagro hecho real, todo marchaba a la perfección, me sentía un superprofe, un profesor ‘orquesta’. El caciquillo de turno movía los hilos del teatro para promocionar a sus polluelos al pío pío incesante. El joven aguilucho sobrevolaba soberbio sobre la carroña democrática de los planes docentes. Y la vieja avestruz escondía bajo el ala su cabeza electrizada de unos y ceros…
Pese a todo SuperProfe estaba allí para desfacer tanto embrollo y entuerto… La música de Superman suena de fondo… Tatatachan, tatatachan…
Había también un laberinto de reuniones y comisiones en las que un ridículo fauno perseguía los pasos perdidos de la clase magistral. Y un laberinto de impresos, formularios, normas y rutinas en las que un loco fanático acribillaba a los incautos acróbatas del circo educativo: fotocopia los días pares y fotofobia los impares, registro de 9:00 a 8:00 y compulsas de 25:00 a 28:00, por duplicado y firma original y sellada por el oficial gubernativo de guardia de la subdirección ministerial administrativa del proceso legal y gubernamental de la inspección ordinaria del distrito municipal federativo correspondiente.
De pronto, con las manos en la masa podrida me veía de repente cocinando un pastel que debía parecerse lo máximo posible a lo que el jurado de pedagogos de Monster Chef esperaba. Un pastel suave al paladar del patrón, pero con una chispa ácida de ciudadanía solidaria, con texturas múltiples: bilingüe, tecnológico, responsable, sostenible, liderazgo, emprendimiento… Un cohete hacia el éxito.
Luego aterrizaba en un campo agreste de un planeta desconocido vestido estrafalariamente de ingeniero transgénico. Era un campo donde las plantitas no soportaban el agua ni aceptaban la autoridad del clima, vomitaban todos los nutrientes y sólo admitían la luz basura de un candil para hacer la fotosíntesis de su respiración fatigosa y contaminante al ritmo pokemoniano de su galaxia.
Tras unos horribles y kafkianos experimentos las plantitas lucían estupenda luz fluorescente y despedían un agradable aroma repelente de perroflautas, terroristas y bolivarianos... Después mis arduas enseñanzas eran evaluadas por las torturadas plantitas. Veredicto: negativo, debe mejorar, la luz fluorescente debe ser más brillante, el aroma repelente debe ser más democrático, pero no tanto, etc., etc. Calidad al cuadrado.
La cuadratura del círculo de la calidad me tenía sumido noches y noches haciendo ecuaciones con números imaginarios. No conseguía dar con la solución. Logaritmos, raíces cuadradas, funciones trigonométricas. Hasta que finalmente, eureka, E=m*c^2. La Esfera de la incompetencia rueda sobre una masa de peces a los que aplasta a la velocidad a la que coge la curva de la idiotez al cuadrado. El Premio Nobel no podía hacerse esperar. Y lo gané, tras la votación del jurado experto y del jurado popular conseguí la máxima puntuación interactiva del ciberespacio de la planicie y molicie de la calvicie mental. Aplausos, por favor.
La música de Superman suena de fondo… Tatatachan, tatatachan…
*Profesor en la Facultad de Empresariales y Turismo de la Universidad de Extremadura
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