Felipe González tenía el Síndrome del Emperador Chino (SEC), enfermedad psicosomática que padecen los dirigentes que, tras perder el cargo, desean seguir gobernando en la sombra (caso del presidente chino Jiang Zemin, y de Francisco Franco, que sigue lanzando mensajes telepáticos desde el Más Allá a las huestes del invicto Mariano Rajoy).
El día que su maestro, Deng Xiaoping, (El Pequeño Timonel) le dijo: “No importa que el gato sea negro o blanco, lo que importa es que cace ratones”, El Bulldog de Prisa y El País resplandeció y pensó: “Qué importa que el PSOE siga siendo rojo o azul, lo importante es compartir con el PP la alternancia en el poder y la pasta gansa que ello conlleva”. Luego añadió “y alejarse del improductivo y molesto pueblo llano (los pobres), que para su cuidado están los comunistas, descendientes de Caín, y la Iglesia que, si no hubiera tanto sufrimiento en la sociedad y exigiera tanto esfuerzo leer y pensar, desaparecería como un billete de 500 euros en Genova 13”.
El ilustre colombiano, otra de sus nacionalidades, (que se ha quejado como una plañidera de sentirse como un jarrón chino que nadie sabe dónde colocar) estaba seguro, tras uncir sus cuatro yeguas y caballos al carro de la victoria (Susana Díaz, Joaquín Almunia, Zapatero y Verónica Pérez, “ex máxima autoridad del Psoe”) que iba a destruir, como Ben-Hur hizo con Mesala, al insolente Pedro Sánchez que se negó a besarle los pies.
Pero los enanos le crecieron en el circo. El Pontífice no supo interpretar el vuelo de los pájaros, y él y toda su nube de espectros desaparecieron. Pedro Sánchez, que es más duro que la cabeza de Rajoy, no sólo ha terminado con el felipismo sino que ha abierto las manos a las nuevas corrientes de la izquierda ya que, por encima de todo, se ha vuelto pragmático y sabe que sin la savia de las nuevas generaciones el PSOE está muerto.
Vuelve a haber “un momento propicio” [1] para un PSOE volcado a la izquierda y un Podemos, que aún sigue estancado en el Juego de Tronos y no acaba de construir [2] la arquitectura de “la polis ideal” y proyectar su imagen seductora a los ciudadanos de este país, que dejaron morir a Miguel de Cervantes en la extrema pobreza, como nos recordó en su día el gran Juan Goytisolo recientemente fallecido en Marrakech.
Felipe González, ex consejero de Gas Natural Fenosa (GNF) y miembro del Comité de Sabios de la UE, parece que con la caída de los susanistas se ha esfumado como alma que lleva el diablo. Esta hipóstasis del emperador Adriano [3] , que hasta hace poco tenía el don de la ubicuidad, (apariciones en la universidad, montado en el caballo del Cid Campeador en Venezuela, chapuzones en yate, primeras páginas en El País diciendo que Sánchez “le había traicionado”, etc.), es posible que se haya retirado a la Montaña para ver si algún dios le consuela de los reveses del ingrato mundo.
Creo que Pedro Sánchez ha acertado eligiendo como portavoz del Psoe en el Congreso a la jueza independiente Margarita Robles, mujer insobornable, valiente y lúcida, que está sobradamente preparada para lidiar con su contraparte en el PP, Rafael Hernández, cuya vivaz lengua viperina nos saca del sopor que se respira, a veces, en la Cámara Baja.
Ahora el PSOE y Podemos deberían hacer una alianza estratégica y dejarse de enfrentamientos estériles para invertir el proceso de recortes sociales. Deberían hacer una campaña para reconquistar esos derechos perdidos y aumentar las partidas presupuestarias destinadas a mejorar la calidad y el nivel de vida de los más vulnerables, que han sido los primeros en pagar los platos rotos del rescate bancario, la corrupción y los reajustes de Bruselas.
Ha llegado el momento de convertir el Parlamento en un lugar que sea percibido como útil por la ciudadanía, en un lugar que mane ideas y proyectos que merezcan la pena ser celebrados. Grande sería oír en los bares elogiar tal o cual medida. Que el hemiciclo deje de ser una hoguera de las vanidades. (Matayotes matayotetón kai panta matayotes: Vanidad de vanidades y sólo vanidad, como dirían nuestros hermanos los griegos).
Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para decir que algo gordo está cambiando aunque la marabunta especulativa siga adorando al toro de Wall Street. Una vez Nietzsche dijo, tras sentirse más solo que la una, ¡Qué extraño es que nadie vea nada dentro de mí! Por lo menos un hindú -remachó- vería en mí a una elefanta embarazada.
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