Es fácil decir que los culpables de estas migraciones, que están convirtiendo el Mare Nostrum en un Mar Rojo, son las mafias, el caos generado en Libia, la hambruna, las guerras civiles, las persecuciones políticas y religiosas o las ejecuciones del EI, pero “esas realidades” son sólo los últimos eslabones de una larga cadena de causas y efectos, cuyas raíces hay que buscarlas en el puño que incrustó Europa en el corazón de África.
A pesar de la magnitud del problema, posiblemente el más grave que tiene el mundo hoy, parece que son pocos los que quieren tomarse la molestia de buscar la verdadera causa o causas de ese éxodo bíblico que denigra a la especie humana e indagar, con hondura, nobleza y honestidad, en lo que Nietzsche llama “la Historia Crítica” [2], que es “la que trata de ajustar cuentas con el pasado y poner cada cosa en su lugar”.
El analista Iñaki Gabilondo nos desgrana, con extrema lucidez, lo que está ocurriendo [3]:
“En este presente histérico, (los que mandan) siguen viviendo como los puercos, hocicando, hozando [4] en el ahora mismo, removiendo la tierra en el metro inmediato, negándose a ver más allá, a analizar las cosas en su verdad…Ahora, cuando la gran desigualdad del mundo revienta en nuestras playas, provocando dramas extraordinarios, cómo reaccionamos: con política pequeña, con tacañería…Hablamos mucho de la herencia que nos dejaron, pero nosotros vamos a dejar una herencia tenebrosa”.
Señalar con el índice de la culpabilidad a las mafias, al caos, etc, es seguir practicando la política del avestruz, es dar la espalda a la realidad, es adoptar la postura del dios Jano [5] y obviar lo que posiblemente sea la única solución: un cambio de 180 grados en las políticas económicas de “las naciones civilizadas” y el urgente establecimiento de un Orden Económico Internacional justo y solidario.
Eso requiere un cambio de mentalidad tan grande que, conociendo a los puercos que mueven la noria del capital, es fácil caer en el desánimo, pesimismo e impotencia. Sin embargo, mientras siga saliendo el Sol, hay que seguir intentándolo.
En África, ese mundo tan cercano y tan lejano, los europeos han cometido durante siglos todo tipo de genocidios y atrocidades: el comercio de esclavos, la explotación, el esquilme de recursos naturales, oro, plata, diamantes, marfil, caucho, etc, lo que ha contribuido definitivamente al hundimiento de ese continente, sumiéndolo en un subdesarrollo y pobreza crónicas que continúa hasta nuestros días.
Pocos saben, a pesar de lo mucho que se escribe ahora sobre el tema [6], que en “El Estado Libre del Congo” Belga asignado al rey Leopoldo II (en el reparto que hicieron los europeos de África en la Conferencia Internacional de Berlín de 1885), murieron a causa de la esclavitud, explotación, asesinatos en masa, mutilaciones y cercenamientos de brazos, pies y manos, unos diez millones de congoleños.
Ese exterminio se produjo, en su mayor parte, en un lapso de 25 años, -desde 1985 hasta 1909- fecha en la que falleció el citado monarca. El colectivo de diez millones de muertos equivaldría -según un censo realizado en 1924 y el historiador Adam Hochchild [7]- al 50 % de la población congoleña. De ser cierto ese cálculo, superaría el número de víctimas mortales de la Primera Guerra Mundial.
El mundo occidental debería devolver un poco de lo que robó
Este episodio y otros muchos protagonizados en África por los europeos y los colonos americanos “constituyen demasiadas páginas en blanco” en el Gran Libro de la Historia que tal vez habría que intentar cincelar y grabar en nuestros corazones de hierro para comprender lo que ocurre hoy en el Mediterráneo y tomar conciencia de la deuda impagable que hemos contraído con el continente donde nacieron los primeros hombres.
El mundo occidental debería, -si no es víctima del alzheimer colectivo-, devolver un poco de lo que robó - la dignidad ya es imposible- y contribuir al desarrollo económico, político y social del continente que esquilmó. De lo contrario, veremos cosas que nunca se han visto y algunos serán testigos de “esa herencia tenebrosa”.
Ahora que las puertas del templo del dios Jano están abiertas de par en par, es bueno recordar al escritor y Premio Nóbel, Günter Grass [8], cuyas reflexiones incomodaban tanto a las amodorradas conciencias de Europa. El autor del “Tambor de Hojalata” dijo, en una entrevista a la prensa [9], pocas semanas antes de morir:
”Los americanos nos dejaron el desastre de Irak, las atrocidades del Ejército Islámico y el problema de Siria. Hay guerra en todas partes, corremos el peligro de volver a cometer los mismos errores que antes, así que, sin darnos cuenta, nos podemos meter en una guerra mundial como si anduviéramos sonámbulos”.
Y vuelve a cantar ¡Quiquiriquí! el Noble Gallo Beneventano para anunciar que la Comisión Europea ha concedido un fondo de emergencia a Italia de 13,7 millones de euros para hacer frente a la presión migratoria. Seguimos hocicando, hozando, sin ver más allá de nuestras narices, sin capacidad de levantar el vuelo del corazón y la razón, para tener una vista panorámica del mundo en el que vivimos, amamos y sufrimos.
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