Cuando la crisis parecía que ponía fin a esta expansión, el neoliberalismo ha respondido con mayor virulencia. ¿Se podría haber evitado la situación causante de la crisis?, ¿por qué se ha hecho así?, ¿no existían otras alternativas?, ¿hemos vivido por encima de nuestras posibilidades?, ¿cómo serán nuestras vidas cuando este tsunami pase? Lo que sucede a nivel macroeconómico está afectando al entorno en que nos movemos.
Las personas estamos a merced de la economía sin apenas capas que nos aíslen. Hasta bien entrados los años 70, en España, con saber comprar, ahorrar e invertir en un plazo fijo teníamos suficiente. La velocidad a la que se producen los cambios en la esfera económica es mucho mayor que la velocidad a la que estamos adaptándonos, por lo que se produce un desajuste que en cierto modo estamos sufriendo.
El informe de la OCDE PISA recogía en 2012 un apartado en el que se medía la alfabetización financiera de los jóvenes (15 años) de 18 países. 13 de ellos miembros de la OCDE. Los resultados para España no han sido nada halagüeños, obteniendo una puntuación media de 484, frente a la media de los países OCDE de 500, quedando sólo por delante de Croacia, Israel, Eslovaquia, Italia y Colombia.
De media, en el nivel 3, los alumnos españoles son “más autosuficientes en esta competencia y pueden analizar las consecuencias de sus decisiones de gasto y hacer planes simples de financiación en contextos familiares. Son capaces, por ejemplo, de evaluar distintas condiciones de un préstamo o interpretar y valorar si una factura es correcta, aplicando operaciones numéricas básicas y considerando el pago de impuestos o los gastos de envío”. Un 5% de alumnos se sitúa por debajo del nivel 1, con un conocimiento tan básico que no entendería que a veces comprar grandes cantidades, aunque el precio unitario sea más barato, puede resultar antieconómico si no lo vas a consumir todo. Un 13% en el nivel 1 y un 26% en el nivel 2 significa que los alumnos disponen de escasas competencias financieras para enfrentarse a un mundo financiero muy complejo, incluso para personas con formaciones específicas. Esto podría explicar, en parte, el sobreendeudamiento de familias y empresas en la economía española.
La necesidad de una educación financiera no necesita discusión y existen recomendaciones de la OCDE o la propia Comisión Europea.
El barómetro del CIS de junio de 2014 mostraba que los problemas que más afectan a la muestra están directamente relacionados con la economía: a un 46.7% les afecta el paro y a un 27.3% algún problema de índole económico. Sólo un 13.8% afirma estar bien informado. A pesar de ello, un 20% dice que es el tema que suele hablar con sus amigos.
Parece evidente que hay que mejorar la competencia económico-financiera no sólo en España, sino en el resto del mundo. Alfred Marshall, economista británico, definió el objeto de la economía como “el estudio de la humanidad en las ocupaciones ordinarias de la vida (…)”, lo que se acerca bastante a decir que cualquier cosa que hagamos puede ser considerada economía. Lionel Robbins profundizó en lo que consideramos sería su objeto de estudio: “la Economía comprende la conducta humana como relación entre fines y medios escasos con usos alternativos”. Por tanto, encontramos economía cuando actuamos para satisfacer alguna necesidad y renunciamos a otras alternativas, puesto que existen restricciones, no sólo financieras, en muchas ocasiones de tiempo.
Queda claro que la economía forma parte de nuestro entorno desde bien pequeños. Conceptos como escasez y valor los sabemos aplicar sin apenas saber que lo hacemos. Cuando de niños jugábamos a intercambiar cromos de futbolistas, sabíamos que había algunos que salían menos en los sobres, y eran precisamente estos los que cambiábamos por más cromos. Cuando se acaba la educación obligatoria, debemos elegir entre continuar estudiando o irnos a trabajar; se considera una decisión económica pues valoramos los costes de seguir estudiando contra los ingresos posibles si nos lanzamos al mercado laboral.
En cualquier caso, resulta evidente que los contenidos económico-financieros deberían incluirse en la educación de nuestros jóvenes. Pero, ¿qué tipo de contenidos? En mi opinión, existe una serie de contenidos económicos que, por su importancia en el desarrollo de la persona, deberían potenciar su estudio:
Economía doméstica
La importancia de la economía en el seno familiar hace que su poca preparación lleve al fracaso de un proyecto común por errores fácilmente evitables. El control de ingresos y gastos, actuar de forma responsable y crítica en nuestro papel de agentes económicos, la planificación de la vejez, de la paternidad, el presupuesto, qué son las facturas, la domiciliación bancaria, los impuestos...Se le pregunto a ustedes, lectores, ¿cuánto se gastó su familia el mes pasado?, muchos de ustedes no contestarían a esta pregunta, porque no existe el hábito en la propia familia de hacer ese control y comentarlo.
Educación tributaria
No entendemos los tributos y eso nos hace vulnerables ante el Estado. Es de vital interés para una sociedad entender el porqué de los tributos.
Formación empresarial
Conocer el funcionamiento de la empresa, sus funciones, su interacción con el medio ambiente y los derechos humanos, las multinacionales y cómo es el proceso que da origen a una parece ser necesario. Con estos conocimientos seríamos más capaces de entender algunas decisiones que se toman en la empresa. Algunos abogan por incorporar el emprendimiento como una actitud a trabajar entre los jóvenes, aunque no está exento de críticas.
Economía general
Entender el entorno en el que nos movemos necesita la comprensión de un gran número de conceptos que, aun pareciendo lejanos a nosotros, acaban afectándonos de forma notoria. Los contenidos que deberían enseñarse serán aquellos relacionados con las respuestas a las tres preguntas clásicas: ¿qué producir?, ¿cómo producir? y ¿para quién producir? La respuesta a las preguntas permite explicar los sistemas económicos, las tecnologías, las desigualdades, la pobreza, el expolio de algunos continentes y el consumismo, entre otros muchos temas.
Educación financiera
Quizá sea éste el aspecto al que más atención se está prestando en el ámbito internacional. El desconocimiento o analfabetismo financiero es general, y de esta forma, ante un mercado financiero cada vez más complejo, una nueva crisis podría darse.
Con estos conocimientos que se acaban de plantear se permitiría a las personas asumir un rol más activo como ciudadanos de una democracia. Si respondemos a para qué debemos mejorar la capacitación ciudadana en estas materias, unos especialistas responderán que así mejoraría el capital humano de un país. La LOMCE introduce una visión economicista en la educación española, en la que el emprendimiento, que muchos consideran la panacea del futuro más cercano, es el eje transversal de la educación primaria y secundaria. En oposición a esta visión tan reduccionista de la educación están, estamos, aquellos que le exigimos a la educación que forme a ciudadanos libres y que participen de la sociedad democrática de forma activa.
La adaptación de los contenidos educativos a las necesidades del mercado es reducir nuestra visión de las funciones educativas. Siguiendo el criterio mercantilista predominante, vamos a formar a personas que participen en el capitalismo, pero sin capacidad de crítica y dejándolas a merced de lo que gobernantes y directivos de grandes empresas decidan.
La educación no formal habría sido una alternativa más apropiada y suficiente para intensificar las capacidades de los alumnos en este ámbito. Cursos, programas de televisión, sensibilización pública, en mi opinión, hubiesen bastado. Pero lo que sucede es que no hay voluntad de parar la “economización” de nuestras vidas y se deja en un segundo plano nuestra ciudadanía, mientras se sube al pedestal nuestro papel como agente económico.
Y nadie puede convencerme de que educar en emprendimiento bajo valores de individualismo y competitividad es mejor para la sociedad que hacerlo en valores como la justicia, dignidad, respeto, solidaridad. Hacer frente a lo que John K. Galbraith bautizó como “economía del fraude inocente” no se consigue educando en valores que sostienen este fraude, sino en aquellos que lo combaten.
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