A nadie se le marcaba con hierro candente en la frente “por ejercer prácticas antinaturales”. ¡Si hasta los emperadores y sus divinas esposas no dejaban de honrar a Baco y elogiaban en público, con versos y canciones, los encantos de sus multiformes y apasionados amantes!
Aquellas personas no eran homosexuales, ni lesbianas, ni travestís (ni pertenecían a un colectivo LGTB, como en la España Vaticana y “otros reinos de la Media Luna”) ya que, al proceder de todas las clases sociales, estaban integradas. Todo cambió con la victoria de las religiones monoteístas, que detuvieron el progreso durante milenios e impusieron una nueva moral retrógrada, con los ladrillos de La Biblia y El Corán.
Ganímedes, príncipe troyano de gran hermosura, fue secuestrado por Zeus en forma de águila. En el Olimpo, el portador del rayo le tomó como copero y amante. En el Satiricón de Petronio se habla de ese episodio y muchos otros, y se describe a las bacantes, quienes “convirtieron sus templos en lugares de orgías que ellas mismas desencadenaban”.
Sobre la moralidad de la Roma del siglo I d.C., Petronio nos habla de un anciano poeta, Eumolpo, –que siente pasión por los muchachos– que aprovecha un encuentro con el joven Eucolpo (enamorado de Giton, un adolescente de diecisiete años) para quejarse del declive que se vive en aquellos tiempos:
“La culpa de todo lo tiene el dinero. Antes, cuando sólo se ensalzaba el auténtico mérito, las bellas artes florecían y los hombres disputaban por legar nuevos descubrimientos a las generaciones venideras (…) ¡En qué ha quedado la moral, ese hermoso camino de la sabiduría! El propio Senado, árbitro del honor y la justicia, no vacila en fomentar esa decadencia” [1]
El Satiricón, –que fue prohibido por la Iglesia hasta que fue publicado en 1664 por el poeta francés Pierre Petit, es una novela testimonio que no tiene otro propósito que el de reflejar sin pretensiones moralizadoras lo que el autor veía en aquella época en la que las costumbres sodomitas estaban generalizadas –. Petronio nos narra, entre otras cosas, las cenas que ofrece en su lujoso palacio el multimillonario Trimalcio. Sobre una de esas veladas, cuando todos y todas están ebrios, nos cuenta:
“La esposa del ricachón, Fortunata, vestida con una ligera túnica cereza, levantada y sujeta por un lado por un cinturón verde claro, se sentó en el mismo triclinio que Scintila (la mujer de un amigo de Trimalcio), comenzando ambas a besarse. ¡Ah, ah! gritó…al ver que las túnicas de ambas mujeres estaban abiertas por delante, descubriendo sus desnudeces. (…) Fortunata se cubrió al instante (el pubis) con un velo, echándose nuevamente en brazos de Scintila, que la recibió con placer manifiesto. [2]
Luciano de Samosata [3], entre otros, retoma la sátira de Petronio y, con una gracia y elegancia que sólo produce sana risa, nos relata la historia de un viejo verde, que es multimillonario o finge ser multimillonario, y usa esa fama para acostarse con todo efebo sin escrúpulos que aspira a ser rico.
“Gran número de muchachos declaraba su amor al carcamal con el sueño de conquistarle el corazón y heredar su inmensa fortuna. El sátiro, al que por lo visto ya sólo le quedaban dos dientes, pasó así los mejores días de su vida hasta que se le llevó la parca”, remacha Don Luciano.
Zeus no sólo raptaba a Ganímedes, adoptando la forma del águila, o a la hermosa Europa, siendo toro bravo, sino que seducía también a la bellísima Leda, poniendo la semilla de Helena de Troya, vistiendo la delicada piel de un cisne.
Con el cristianismo, Zeus se hace Dios, y Éste violó, hecho paloma, a una joven virgen que, en el siglo XX, se apareció a unos pastorcillos de Fátima (Portugal) que el Papa Francisco, líder de la secta más influyente del planeta, está a punto de canonizar.
Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para recordar esta alegoría de Petronio: “Dos clases de animales mudos hay, muy trabajadores, el buey y la oveja; al buey le debemos el pan que comemos; a la oveja, la lana de nuestros vestidos ¡Qué vergüenza! El hombre, pese a todo, se come a la oveja a la que debe la túnica”.
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