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La economía neoclásica domina la enseñanza

6 de abril de 2016
Antoni Soy 
  Blog  

El pluralismo en la enseñanza de economía, una cuestión de democracia

Muy recientemente la Association Française de Économie Politique-AFEP ha publicado el ’Manifiesto por una economía pluralista’. Es un grito de alarma sobre los peligros que supone dejar que una única corriente de pensamiento económico monopolice todo el debate.


El pluralismo en la enseñanza de economía, una cuestión de democracia
Pero esta es la situación hoy, en gran parte, en el mundo universitario y de la investigación donde una determinada concepción de la economía, la aproximación neoclásica, se ha convertido en dominante (’mainstream’) y se ha transformado en la ’ortodoxia’. Por ello, el manifiesto pide defender y garantizar el pluralismo en economía, porque si no lo hay no podrá haber avances en la economía como ciencia social, ni tampoco un debate democrático informado y riguroso.

En principio, la existencia de una aproximación dominante en economía no es un problema en sí mismo. Si convierte en tal cuando la dominación no es sólo intelectual sino que es también institucional y política. Es decir, cuando se convierte en ortodoxia, cuando no defiende únicamente una manera de resolver los problemas económicos sino que, al mismo tiempo, quiere ser quien defina, de forma exclusiva, los problemas económicos que hay que resolver. La ortodoxia se convierte en una doctrina que funciona como una fe casi religiosa. Los que se oponen son rechazados de diversas maneras como lo serían los herejes o los blasfemos. Los que forman parte de la ortodoxia económica tienen una posición de poder y se creen en posesión de la verdad. Por lo tanto, creen que siempre tienen razón, que son los únicos que hacen ciencia económica, y les cuesta mucho poner en duda los conocimientos que comparten y que les aseguran esta ’superioridad’. Esta posición tan poco científica hace que sus conocimientos puedan convertirse fácilmente, al menos en parte, en prejuicios y que tiendan a vivir en un mundo cada vez más alejado del mundo real, y con unos criterios de rigor formal e instrumental que prevalecen sobre los criterios de pertinencia empírica y de contenido teórico previo. No hay duda de que hay una cierta diversidad dentro de los economistas ortodoxos pero esta siempre hace referencia a las hipótesis auxiliares o secundarias y nunca a las principales o esenciales.

Los economistas ortodoxos, a partir de su creencia absoluta en la eficiencia de los mercados financieros, pensaban que era imposible que se produjera una crisis económica. Por ello fueron incapaces de ver llegar la gran crisis que ahora estamos viviendo, muy especialmente en la Unión Europea. Al contrario de lo que previó, hace ya muchos años, Minsky o de lo que hicieron entrever otros economistas de diferentes corrientes de pensamiento económico heterodoxas que insistían en los peligros de las dinámicas especulativas. De esto se puede concluir que en la comunidad de los economistas han faltado debates y de controversias. Y que esa casi unanimidad ha favorecido su ceguera ante la realidad.

En una sociedad democrática es normal y sana la duda, la crítica, el debate. Porque esto permite a los ciudadanos poder determinar su futuro de la manera más clara y fundamentada. Esto es la base de la vida democrática: el interés colectivo se construye con la confrontación de ideas y de opiniones. Pero esto se convierte en imposible cuando, desgraciadamente, la legitimidad de la diagnosis económica está monopolizada por ciertos intereses o determinadas concepciones del mundo. Entonces, se produce la imposición de una determinada solución que se presenta como la única alternativa creíble y posible: es lo que se ha llamado el ’pensamiento único’ o el TINA ( ’There Is Not Alternative’).

Pero, en una sociedad abierta y equilibrada conviene que la enseñanza y la investigación en general, y de la economía en particular, sea pluralista. No hay otra manera de hacer progresar realmente el conocimiento, ni de que haya un debate democrático eficaz. Y esto supone, como mínimo, que haya una diversidad de aproximaciones económicas. Y así ha sido desde los orígenes de la economía: ha habido pluralidad de aproximaciones y continuas controversias que han hecho avanzar la disciplina económica. Unas controversias sobre los conceptos básicos y fundamentales de la disciplina. Esta ha sido la riqueza histórica de la economía y lo que la ha hecho progresar. Recordemos, sólo en el siglo XX, los nombres de algunos economistas heterodoxos, entre otros: Keynes, Schumpeter, Veblen, Kalecki, Minsky, Hayek, Galbraith, Robinson, Sraffa, Pasinetti.

La existencia de diferentes líneas de investigación y de varios paradigmas (neoclásico, post keynesiano, institucionalista, marxista, etc.), cada uno con sus raíces históricas y con sus propios programas de investigación, supone la existencia de diferentes métodos y construcciones formales, varios puntos de partida de las investigaciones, conceptos y asunciones variados, diferentes criterios en la elección del contenido y el objeto de la economía y diversas actuaciones de política económica. A los que no forman parte de la ortodoxia neoclásica se les llama ’alternativos’, ’críticos’ o ’heterodoxos’.

La democracia, también dentro de la universidad, significa no sólo el gobierno de la mayoría, sino también la existencia de unas instituciones pluralistas que garanticen que las voces minoritarias puedan expresarse, explorar nuevas vías, alimentar los debates. La democracia, al igual que la ciencia, no puede basarse en un único punto de vista, haciendo desaparecer los demás. El pluralismo es el alimento imprescindible de la democracia.

Pero, especialmente en los últimos años, hay demasiados indicios para temer una desaparición y extinción de este pluralismo, que había existido históricamente, y la progresiva imposición de una ortodoxia y, por tanto, la marginalización de las corrientes heterodoxas, a partir de la imposición de las reglas sesgadas y arbitrarias de la corriente mayoritaria dominante -con la falsa apariencia de una estimación imparcial y objetiva- en cuanto a los criterios de evaluación de la investigación y para el acceso al profesorado universitario: clasificación de las revistas donde se publica que no incluyen revistas heterodoxas; formato estándar de los artículos o de las presentaciones en conferencias y congresos, etc. Y esto llevará inevitablemente a un empobrecimiento tanto de la investigación como de la enseñanza de la economía. No estamos en la situación que el premio Nobel Wassili Leontieff señalaba en 1983 de que ’los métodos usados para mantener la disciplina intelectual en los departamentos de economía más influyentes de este país (EEUU) pueden recordar algunas veces a los que utilizan los marines para mantener la disciplina’ porque los que ahora se utilizan son más sofisticados y de carácter básicamente ideológico.

No es sólo la economía mundial la que está en crisis. La enseñanza de la economía también lo está

Los economistas ortodoxos privilegian los criterios formales en detrimento de los criterios sustanciales ligados a las virtudes usuales del espíritu científico y de investigación: la duda metódica sobre todas las ideas, incluidas las más admitidas; el interés por las cuestiones más importantes y no por las más gratificantes; la búsqueda no oportunista de una mejor comprensión del mundo y, por tanto, de la verdad. La utilización de las matemáticas es muy importante pero en ningún caso deben preceder a la reflexión teórica sino que, al contrario, las matemáticas se deben utilizar en función de (como instrumento de) la reflexión teórica. Los instrumentos analíticos basados en las matemáticas no pueden, en ningún caso, llevar a la no consideración de los fenómenos económicos más importantes y significativos, ni pueden hacernos olvidar las interpretaciones económicas que hay detrás de las descripciones formales matemáticas.

’No es sólo la economía mundial la que está en crisis. La enseñanza de la economía también lo está, y esta crisis tiene consecuencias mucho más allá de las aulas universitarias. Lo que se enseña forma las mentalidades de la próxima generación de políticos y, por tanto, dará forma a las sociedades en las que vivimos’. Así comienza el manifiesto de más de 70 asociaciones de estudiantes de economía de más de 30 países diferentes de todo el mundo que se agrupan en ISIPE. Por ello piden que el mundo real vuelva a entrar en las aulas y que con él vuelvan el debate y el pluralismo de las teorías, las corrientes, los métodos y las disciplinas económicas, porque esto permitiría enriquecer la enseñanza y la investigación y, por tanto, revitalizar la economía y, además, permitiría ponerla de nuevo al servicio de la sociedad. Y concluyen que ’en última instancia, el pluralismo en la enseñanza de la economía es esencial para un debate público saludable. Es una cuestión de democracia’.

Es parecido a lo que ya decían hace más de 25 años, en una carta de 1988 en el diario La Repubblica, un grupo plural, de diversas procedencias y tendencias, de los principales economistas italianos cuando lanzaban un grito de alarma sobre los peligros con los que se encontraba el estudio de la economía política. Defendían que históricamente, economía política, reforma social y conciencia civil no se habían separado. Pero cada vez más economistas, decían, se olvidan del objeto social de la disciplina, de sus contenidos, y se centran en el estudio de unos instrumentos analíticos cada vez más refinados. Llamaban a una toma de conciencia para que el estudio de la economía política volviera a tener como objetivos principales los problemas de la sociedad concreta en su perspectiva histórica y en su marco institucional. El trabajo del especialista en la mejora de los métodos analíticos para los economistas, que es muy necesario, no debe confundirse, decían, con el trabajo de los que estudian la economía política. Esta es una disciplina con contenidos y responsabilidad social. Y, aunque utilizando las técnicas y los instrumentos analíticos más refinados y eficaces, si quiere cumplir su finalidad debe ser capaz de explicar los resultados alcanzados y su utilidad de una forma comprensible para los estudiosos de la sociedad y para los agentes económicos, sociales y políticos.

O lo que señalaban el año 1992, en la American Economic Review, 44 economistas muy prestigiosos, de diversas tendencias y corrientes de pensamiento, ortodoxas y heterodoxas, entre ellos varios premios Nobel, cuando se inquietaban por las amenazas de monopolio intelectual, en los métodos y en las hipótesis, que afectaban a la economía. Y, por tanto, hacían un llamamiento ’por un nuevo espíritu de pluralismo en economía, que permita las discusiones criticas y los intercambios tolerantes entre las diferentes aproximaciones’. Porque, decían, los economistas se han convertido en los abogados de la libre competencia pero no la ponen en práctica en el mercado de las ideas. Y este pluralismo, remachaban, permitirá mejorar el rigor científico de la economía. Y acababan pidiendo que este pluralismo se pudiera expresar ’en las formas del debate científico, en la variedad de contribuciones publicadas en las revistas y finalmente en la formación y en el reclutamiento de los economistas’.

En definitiva, pues, hay que constatar y reivindicar la existencia del pluralismo en la economía, que significa la necesidad de un debate abierto y de fondo entre las diferentes corrientes o aproximaciones existentes, que discutan sus hipótesis y confronten sus tesis sobre el funcionamiento de la sociedad y del mundo real. Sólo así podrá haber avances reales en la ciencia económica y unos debates que permitan mejorar la vida en sociedad y la democracia.

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