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La Economía del Bien Común

9 de diciembre de 2014

El máximo bien común

"El triunfo de un determinado enfoque
depende de la importancia que la sociedad,
y muy en particular sus núcleos hegemónicos de poder
otorguen a su representación de la realidad."

José Manuel Naredo. Raíces económicas del deterioro ecológico y social.


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Psarahtonen. CC.  

La buena noticia es que, como decíamos cuando hablábamos del “máximo beneficio”, sabiendo el diagnóstico sobre las gravísimas consecuencias de perseguir ciegamente máximo beneficio en el capitalismo, tenemos más probabilidades de acabar con la enfermedad: ¿Y si cambiamos el paradigma? ¿Y si conseguimos que las empresas sean valoradas por su aportación al bien común, al bienestar social, en lugar de por su cuenta de resultados? Si actualmente la sociedad está contagiada por esa búsqueda del máximo beneficio, debido a la admiración y respeto que despiertan las unidades que mueven la economía, ¿sería posible contagiar la búsqueda del bienestar social, del bien común?

En realidad, el resto de actividades y relaciones humanas no económicas, las relaciones de amistad, de familia, las relaciones entre compañeros, se basan en valores éticos, de justicia, de solidaridad, de respeto. De manera natural el individuo colectivo intuye que en las relaciones con los demás funciona mejor la cooperación, la generosidad, la solidaridad y la justicia que el egoísmo, la deslealtad o el abuso. Únicamente en las relaciones comerciales se aceptan los comportamientos contrarios a la ética, como si hubiera una carta blanca de comprensión que permitiera a los individuos económicos un comportamiento inaceptable para los humanos. Si pudiésemos cimentar las relaciones comerciales en las mismas bases en las que sabemos que deben asentarse las relaciones humanas ¿podríamos cambiar también el resto de comportamientos que se han desviado hacia la avaricia y la desmesura?

En este punto, es en el que los escépticos auguran el fracaso. La tesis de Hobbes (el hombre es un lobo para el hombre), tan arraigada en la sociedad actual nos hace pensar en la imposibilidad crear un universo económico que parta de relaciones bienintencionadas. Pero diferenciemos, no vamos a entrar aquí en la eterna discusión filosófica entre si el hombre es bueno por naturaleza o si, como en El señor de las moscas, los instintos nocivos son los predominantes en la sociedad. No es esa la discusión.

Lo que sí parece evidente es que esta economía premia los comportamientos no éticos. En el libro ¿Es usted un psicópata?, publicado a principios de 2012, su autor, Jon Ronson, descubre que algunas de las cualidades que definen la psicopatía, como no tener remordimientos, mentir de manera patológica, no sentir empatía o ser manipulador son también rasgos comunes en los líderes políticos y económicos. Y explica este fenómeno porque el sistema capitalista premia y aúpa a los individuos con estas inclinaciones a puestos relevantes. La clave está en cambiar esta tendencia. Si el sistema actual premia los comportamientos contrarios a la bondad, los no ecológicos, los no compasivos, lo hace porque el modelo de éxito es una cifra positiva en el balance financiero, que es más alta cuando los combatientes se comportan como autómatas deshabitados.

Esta economía premia los comportamientos no éticos

Bertolt Bretch decía que “el hombre nuevo no es más que el hombre viejo en situaciones nuevas”. Carlos Marx hablaba de “subvertir todas las relaciones sociales en las cuales el ser humano es un ser envilecido, humillado, abandonado, despreciable”. En contextos distintos nos comportamos de manera distinta. El ecologista y poeta Jorge Riechman lo suele explicar con una anécdota personal, cuenta en su blog que en el bar donde desayuna cada mañana, dependiendo de si le atiende el camarero que le devuelve las monedas en mano o el que se las pone en un platillo, él deja o no propina. El contexto nos cambia. En un pueblo donde todos dejan la puerta abierta nos volvemos confiados, y en el que cada casa se cierra con siete llaves, pondremos siete cerraduras.

La propuesta del bien común consiste en rediseñar el escenario para producir un cambio en las personas; a la vez que provocamos una transformación en las personas que desemboque en la renovación del ambiente; y que a su vez se extenderá en círculos concéntricos hacia un redecorado global. Para que esto sea posible la propuesta es empezar a actuar desde el entorno, por ejemplo desde los municipios.

El filósofo Jordi Pigem lo explica con la metáfora de los hemisferios cerebrales, dice que nuestra sociedad se comporta como si hubiera perdido el hemisferio derecho, que es el que nos permite disfrutar de la música, la empatía y el humor. A su vez los individuos más adaptados y exitosos se mimetizan con esta sociedad simplificada hipertrofiando su parte más robótica. La adaptación sería muy diferente si cambiásemos la sociedad.

Chus Melchor    Economía del Bien Común Madrid

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