La influencia del dinero sobre nuestro inconsciente es más profunda de lo que nos gustaría aceptar. Frases como “mi hijo vale mucho”, “la fruta es beneficiosa para la salud” o “cuesta muy poco ser amable” revelan el grado de polución del lenguaje que usamos inconscientemente. En el envoltorio de cada una de estas frases advertimos que hay conservantes y colorantes del capitalismo, trazas de euros y de dólares. Lo que se dice en estas frases de Juan, de la fruta o las relaciones de vecindad en contextos tan aparentemente desprendidos del dinero (el amor filial, lo saludable y la amabilidad) está inconscientemente intervenido por tres magnitudes económicas que se miden con dinero: valor, beneficio y coste. El grado de polución se destaca más al comparar cada frase con una versión equivalente pero en desuso: “Mi hijo Juan es muy bueno”; “la fruta es saludable”; “ser amable no requiere esfuerzo”.
El dinero ha contaminado el lenguaje
No es nada nuevo. Lo lleva contaminando desde hace miles de años, incluso desde antes de que conociéramos la escritura. Más aún, es muy probable que el dinero fuera la musa de la creación de la escritura: los vestigios más antiguos conservados de escritura son apuntes contables. Parece ser que la palabra “trigo” no la escribió por primera vez un poeta sino un recaudador de impuestos.
El dinero y el lenguaje son como nuestra respiración, funciones que operan a un nivel inconsciente la mayor parte del tiempo. En otras palabras, que operan más sobre nosotros que nosotros sobre ellas. Lo asombroso es que, probablemente, todo el sistema de emisión de moneda capitalista controlado por bancos y estados dependa de este automatismo del lenguaje.
El dinero y el lenguaje son funciones que operan a nivel inconsciente
Los manuales convencionales de economía suelen definir el dinero como un “medio de cambio con dos funciones: medida de valor y reserva de valor”. No consideran como una tercera función del dinero su utilidad como medio de cambio sino que consideran que el dinero es en sí mismo un medio de cambio. Tampoco parecen contemplar que las posibles funciones del dinero no tienen por qué darse a la vez en una moneda, por este motivo, proponemos nuestra definición de lo que el dinero es en realidad: "El dinero es un instrumento que puede servir indistintamente como medio de cambio de productos, medio de acumulación de capital o unidad de medida de valor por acuerdo libre de su comunidad de usuarios o por coerción de una organización".
Efectivamente, el dinero puede servir para tres cosas (medir el valor de productos, acumular capital y como instrumento de cambio) pero estas utilidades no tienen por qué darse en una sola moneda y a la vez. ¿Es útil la función de acumulación de capital? Sí, siempre que esta función se use para aquello en lo que es específicamente útil: facilitar intercambios de capital no financiero (bienes inmuebles, maquinaria pesada, tierras de labranza, etc.). También, por ejemplo, para facilitar intercambios intercomunitarios de materias primas (en el argot capitalista, exportaciones e importaciones). No hay que confundir la “función de acumulación de capital” del dinero con la circunstancia coincidente de que una moneda, como el euro, también se pueda acumular.
Esta última imagen, monedas canjeándose por productos en un mercado, vale mucho más que mil palabras para explicar el funcionamiento del dinero como medio de cambio. Es la imagen de la compraventa, un tipo de intercambio muy particular entre dos partes –una compradora y otra vendedora- que concluye con una transacción muy específica: el pago. Más concretamente, el pago con dinero. En una compraventa, el dinero siempre cambia de mano entre las dos partes que cierran la transacción. Decimos que el dinero actúa en esas transacciones como medio de cambio porque es lo que materialmente se canjea por el producto en venta.
La noción del dinero como un acuerdo social no es nueva
Aristóteles ya la formuló en su Política hace 2.300 años. Esta noción sitúa al dinero en la esfera del lenguaje, como una especialización de éste en el ámbito de los intercambios económicos.
Lejos de lo que establecen los manuales convencionales de economía, los metales acuñados y los billetes posteriores a las tablillas de arcilla no son un perfeccionamiento de éstas ni la consecuencia de un salto evolutivo en la capacidad de abstracción del ser humano. Desde luego, no si se identifica el término “evolución” con “mejora”. Los metales acuñados y los billetes son todo lo contrario a la abstracción, son una materialización del dinero, en concreto, su materialización mercantil, su mutación en mercancía, y representan una regresión histórica de 500 años en la comprensión social del dinero de la que quizá ahora podamos empezar a salir.
El auge de la conceptualización materialista del dinero mercancía se puede situar a principios del siglo XVI, justo tras el descubrimiento de América y la explotación salvaje de los recursos de plata y oro del continente. Fue en esta época cuando empezaron a forjarse los grandes monopolios capitalistas y estatales que nos dominan hoy. No es casualidad. Los períodos de la historia en que ha proliferado el dinero mercancía son períodos caracterizados por el dominio sobre la población de férreas estructuras estatales militarizadas en connivencia con monopolios económicos (comerciales, bancarios, industriales…).
Hace tan sólo 40 años todas las monedas occidentales eran metálicas, estaban basadas en el patrón oro. El gobierno de Estados Unidos sacó al dólar del patrón oro internacional en 1971, durante el mandato presidencial de Nixon. En la actualidad, ni siquiera hay un “patrón papel”. El dinero capitalista es prácticamente humo. De todos los euros existentes hoy en Europa sólo un 10% son euros en efectivo, es decir, billetes y monedas de euro. A este porcentaje se le denomina “coeficiente de efectivo”. Incluye los euros en efectivo guardados en las cajas de los bancos y los guardados fuera de ellas (en las billeteras, en el cajón de la cómoda, debajo del colchón, etc.).
El dinero en efectivo sobrevive como una forma de manipulación del lenguaje
Además, los bancos de la Unión Europea sólo están legalmente obligados a tener el 2% de efectivo en caja de los saldos de nuestras cuentas. A este porcentaje se le denomina “coeficiente de caja”. Cada vez que un cliente A deposita un billete de 10 euros en una cuenta bancaria el banco puede hacer un préstamo a otro cliente B de 9,80€ [1]
. El efecto se multiplica cuando los 9,80€ de B van a parar a la cuenta de C para realizar un pago. Automáticamente, el banco puede hacer otro préstamo de 9,60€ a D, etc. Al final, si todos los clientes del sistema bancario decidieran convertir simultáneamente su saldo en euros en efectivo sólo podrían percibir, entre todos, un 2% del total de sus depósitos. Es un clásico esquema de estafa piramidal, basado en la improbabilidad estadística de que todos los clientes del sistema vayan a querer retirar sus fondos a la vez.
Si damos la vuelta a estos porcentajes y los expresamos en términos de “euros que no existen en efectivo nos encontramos con que entre el 90% y el 98% de los euros que circulan diariamente a través del sistema bancario de la Unión Europea son euros que no se pueden tener. Las operaciones efectuadas con tarjetas de crédito, transferencias, domiciliaciones de recibos, etc., no son más que anotaciones en cuentas que restan o suman el valor en euros de productos intercambiados.
Un préstamo con intereses no es más que una venta de dinero a plazos
De los euros que sí se pueden tener en la mano, y que representan sólo entre el 2% y el 10% del total de euros anotados en el sistema, se podría prescindir sin problema. Entonces, ¿Por qué continúa emitiéndose moneda metálica? La moneda metálica es imprescindible sólo para una cosa: para perpetuar en el inconsciente de las comunidades de usuarios la falsa idea de que una moneda es necesariamente una cosa material, tangible, que se puede tener. Porque esta es la condición para que el dinero se pueda comprar y vender con un margen de beneficio: que se pueda tener. El dinero en efectivo sobrevive en la Europa del siglo XXI como una forma de manipulación del lenguaje. Esta es su principal razón de ser, muy por encima de su anecdótica utilidad para evadir impuestos. También para evadir impuestos, por supuesto. Una moneda que circula por cuentas telemáticas nominales es rastreable. El dinero en efectivo es moneda anónima que no deja rastro de sus usuarios anteriores.
A propósito de los impuestos, es el momento de incidir en una parte de nuestra definición de dinero, aquella parte que dice: “por acuerdo libre de su comunidad de usuarios o por coerción de una organización”. El euro es la moneda que más circula en los mercados de la Unión Europea porque los habitantes de este territorio están obligados a pagar impuestos y multas del Estado con ella, no porque sea una moneda predilecta. Esta es la forma en que el dinero capitalista se fue inoculando en las venas de la sociedad a partir del siglo XVI, violentamente, por la vía tributaria. El negocio de Estados y bancos siempre fue la extorsión y de esta época data su hermandad, su alianza estratégica mantenida sin fisura hasta nuestros días. El lenguaje de la coerción sólo requiere el modo imperativo del verbo para hacerse entender. Pero la violencia, por sí misma, no es garantía de estabilidad. Así que, alrededor del siglo XVI, estas organizaciones criminales empezaron a comprender que los regímenes basados en el monopolio de la violencia sobre un territorio se perpetuaban mejor convenciendo a las víctimas de que su condición miserable era fruto del libre acuerdo, no de la coerción. La doctrina del Leviatán de Hobbes, según la cual la cesión de la libertad individual al Estado es un pacto social a cambio del que se obtiene seguridad, se sembró poco después y continúa dando fruto ahora. Y en estas andamos, firmando a diario pactos libres entre iguales que nos convierten en esclavos: el contrato hipotecario, el contrato de trabajo, el contrato social…
Un dinero controlado por élites modela comunidades sumisas
¿Sabemos lo que firmamos? Claro que no. El número de europeos del siglo XXI que realmente tiene una pista sobre cómo se fabrica y se pone en circulación un euro es menor en relación proporcional al número de europeos del siglo II antes de Cristo que sabía cómo se acuñaba y se ponía en circulación un denario romano. Las comunidades sometidas al imperio romano acostumbraban usar su propio dinero al margen del dinero emitido por las autoridades para multitud de transacciones, sobre todo para sus intercambios cotidianos. ¿Por qué somos la sociedad que menos entiende de dinero de la historia y sin embargo somos la sociedad que más depende de él? El euro no es más que uno de los contratos fraudulentos que firmamos diariamente y que son máscaras de la coerción. Recordemos que el dinero es causa y efecto, es lenguaje, una creación social que tiene la capacidad de modelar la sociedad, nuestra forma de pensar. Un dinero que no se comprende modela una comunidad ignorante. Un dinero controlado por élites modela comunidades sumisas.
¿Cómo llegó a designar la palabra “democracia” lo contrario de lo que debería significar?
“El lenguaje no solo es el elemento por el cual dotamos de sentido a nuestra realidad inmediata, sino que también nos constituye como sujetos, articulando nuestras identidades, individuales y colectivas. Por lo tanto, adquiere automáticamente un marcado sentido político. A su vez, es una construcción social que se reproduce y reconfigura constantemente. Es plástico y maleable, como la propia identidad subjetiva.
[…] ante el centrifugado de lo real y el vacío de sentido que promueve el poder acaso sea la revolución devolver el significado a las palabras, provocar un desplazamiento de los significados para el que no hallaríamos genealogía alguna". [2]
En un sentido estrictamente genealógico, sufrir una dictadura es vivir al dictado de palabras ajenas, de palabras de otros. Quien no es capaz de señalar y discutir estas palabras no puede alcanzar una comprensión de la realidad distinta a la dictada.
Resumen del artículo "No podemos tener canicas" por Malouney.
2 Mensajes
16:12
En cuanto a la contaminación lingüística, discrepo. Casi todos los ejemplos que se dan son casos en que la sociedad influye sobre el lenguaje, y no al revés. En latín, si no me equivoco, aunque "valor" era el precio de las cosas, valere era "tener salud" y "validus" significaba fuerte, sano, y solo metafóricamente rico. En ese sentido, lo que sería influencia del dinero es la reinterpretación de "inválido" (=no sano) como "de poco valor", que hizo necesario buscar un nuevo eufemismo.
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16:13
(primero, disculpe mi español de extranjero)
El articulo está muy bien porque hace reflexionar sobre temas de conocimiento de economía que no enseñan como se debería, quizá porque están interesados a esconderlos.
Hay muchas alarmas que no comparto, un ejemplo solo: el dinero es un contaminante lingüístico. Vale, está bien recordarlo. Pero cualquier grande tema de la vida contamina el lenguaje, que es al final expone los patrones y los deseos del pensamiento. Justo aquí en España hay muchos termines y modo de decir procedentes de vida de campo; la cocina es un gran contaminante lingüístico, y el fútbol. Una vez la religión era uno, y ahora la informática está siendo un otro.
Si piensas y hablas, algo te contamina.
Me gustan todos? No claro, está siempre bien enfocar y afinar las palabras que usas (osea, elige el contaminante que te apetece mas).
Segundo alarme: claro que la escritura está seriamente en deuda con el dinero. Entre las primeras formas de lenguaje hay aritmética (fenicios y indios, mercantes y contabilidad) y geometría (egipcios y griegos, por la propiedad de la tierra). Los números nacieron para contar propiedades.
Puede haber sido distinto? Quizá sí, pero que hubiera pasado en ese caso no podemos utilizarlo como medida.
Lo que no sabía, osea del dinero como deuda, eso sí que me gustaria profundizar, porque no se discute.
Un saludo, gracias
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