El Informe de los cinco presidentes. Antecedentes
Algo incomoda en Europa. El descontento invade las calles de la mayoría de países y Europa no es ya referente alguno para muchas personas. Todo lo contrario, las reacciones al modelo imperante son diversas, algunas inquietantes; se levantan muros, se alienta la xenofobia o se convocan huelgas generales. Cada vez hay más voces cuestionando la actual Unión Europea, una institución que, bajo las consignas de competitividad, seguridad y austeridad, ha decidido ir hacia atrás en el respeto a las libertades y derechos que otrora, se suponía, eran su seña de identidad. Hoy la desigualdad crece sin control, se desmantela el Estado de Bienestar, se cierran fronteras y la tensión entre los socios lleva camino de hacer inoperante cualquier intento de solución de las múltiples crisis que atraviesa el viejo continente.
Mientras tanto, en Bruselas políticos y tecnócratas perfilan los siguientes pasos en la construcción de una Europa a su medida, la medida neoliberal. El informe Realizar la Unión Económica y Monetaria es un plan a 10 años en tres fases, cuya primera etapa comenzó ya el octubre pasado. Cuando hablamos de Europa debemos tener claro que el proyecto en marcha es el que documentos como este describen. Lo firman los actuales presidentes (casualmente hombres) de las cinco principales instituciones de la Unión Europea: J. C. Junker (Comisión), J. Dijsselbloem (Eurogrupo), D. Tusk (Consejo), M. Schultz (Parlamento) y M. Draghi (BCE). El escrito ha pasado un tanto desapercibido, pero es necesario conocerlo en profundidad para intentar descifrar sus implicaciones.
Y es que hace tiempo que resulta evidente que algo falla en el diseño de una Unión Monetaria que tan mal ha capeado la crisis financiera comenzada en 2007 y que, además, se ha visto inmersa en su propia crisis de deuda soberana, aún no resuelta. Ya en 2012 los mismos tecnócratas de Bruselas publicaron la idea de la urgente reforma de la Unión en su informe Hacia una auténtica Unión Económica y Monetaria o Informe de los cuatro presidentes (en aquel no se incluyó al presidente del Parlamento europeo). El él se perfilaban las 4 líneas de actuación que han acabado por desarrollarse.
Meses más tarde se publicaba el Plan director para una Unión Económica y Monetaria profunda y auténtica, donde se expresaba sin tapujos el plan: “en una UEM profunda y auténtica todas las decisiones importantes de los Estados miembros en materia económica y fiscal serían objeto de un proceso más intenso de coordinación, refrendo y control a escala europea”. Es decir, nos dirigimos hacia la pérdida completa de soberanía en cuestiones fiscales, guiados por el mantra ordoliberal del presupuesto sostenible.
Tecnocracia y falta de democracia van unidas
Siempre resulta curioso, hasta divertido, asistir a la falta de coherencia de este tipo de documentos, que caen continuamente en la confusión de afirmar la esencia política de cuestiones económicas que después tratan con su neutralidad tecnocrática, pretendidamente desideologizada. Encontramos ejemplos de ello también en este Informe, de tono fuertemente economicista que, sin embargo, afirma al inicio que “el euro no es solo una moneda” sino un “proyecto político y económico”. A pesar de esta acertada afirmación, a la hora de presentar medidas políticas como los cambios en el Semestre Europeo, el tratamiento de las mismas está muy alejado de un verdadero análisis político, que parece no interesar. Valga como muestra que a la vez que se habla de aumentar el control parlamentario, se busca el refuerzo de una institución profundamente antidemocrática como es el Eurogrupo. Alinear ambas medidas muestra claramente la confusión propia de la tecnocracia europea.
Por último, no deja de resultar interesante fijarse en el diseño de lo que se presenta como un documento político, pero que únicamente se acompaña de imágenes de dinero, al estilo del clásico documento dirigido al inversor con intereses meramente financieros.
Diagnóstico y objetivo
El capítulo primero del informe comienza con un optimista diagnóstico de la situación donde se afirma que “el euro es una moneda estable” que ha protegido a los países miembros “frente a la inestabilidad exterior”. Los autores además mantienen que “Europa está saliendo de la peor crisis económica y financiera sufrida en décadas”. Sirvan las turbulencias financieras con las que hemos empezado 2016 para echar al traste la supuesta recuperación anunciada de la que no se ofrecen pruebas.
A pesar del optimismo inicial es necesario, se nos dice, un nuevo proceso de convergencia y una gobernanza “de alta calidad” con políticas económicas y presupuestarias sostenibles y una Administración pública “justa y eficiente”.
El por qué de la reforma propuesta es claro y no suena mal: hemos de poder prever mejor las crisis y, cuando se produzcan, responder con eficacia. Para ello, la Unión Monetaria no cuenta, como es sabido, con el recurso del tipo de cambio, por lo que “los países necesitan una economía flexible” que propicie la devaluación interna. Conocemos muy bien esta técnica en nuestro país: a falta de posibilidad de ajuste monetario, para ganar competitividad se debe producir la llamada flexibilización del mercado laboral o, lo que es lo mismo, su precarización. Sin embargo, este proceso no ha resultado ser lo suficientemente rápido, razón por la cuál se proponen nuevas medidas a corto y largo plazo. Las primeras tendrán que ver con la distribución de riesgos a través de la correcta integración de los mercados de capital y la Unión Bancaria. A largo plazo, la estabilización presupuestaria será el remedio mágico de la Unión para una adecuada distribución del riesgo.
Dimensiones y etapas de actuación
El documento se divide en las cuatro áreas de acción que se proponen desarrollar, la Unión económica, la Unión Financiera, la Unión Presupuestaria y la Unión Política. Iremos analizando su significado en sucesivos artículos. Adelantamos aquí que consistirá en introducir nuevas instituciones de control presupuestario, supervisión bancaria y fomento de la competitividad. Los cuatro frentes se desarrollarán paralelamente en tres fases:
Etapa 1: Profundización en la práctica. 1 de julio de 2015 – 30 junio 2017. Las medidas a tomar en este plazo se denominan “ambiciosas” puesto que consistirán en cambios profundos (estructurales) que comiencen a sentar los nuevos cimientos. Se creará, por ejemplo, un sistema de autoridades de competitividad (a imitación de las ya creadas autoridades fiscales), se reforzará el Mecanismo Europeo de Estabilidad y se creará el Consejo Fiscal Europeo. Este último siniestro organismo tendrá capacidad de supervisar los presupuestos nacionales ex ante.
Etapa 2: Realización de la UEM. A partir de 2017. Se establecerán nuevos parámetros de convergencia a los que se dotará de naturaleza jurídica, es decir, al modo de nuestro artículo 135, se buscará hacer vinculantes las medidas fiscales y de competitividad impuestas para evitar la tan mal vista intromisión democrática. Ya lo dijo Schäuble, “las elecciones no cambian nada, hay reglas”.
Etapa 3. Antes de 2025. No ponen título a esta fase final, pero podríamos pensar uno rimbombante, propio de un anuncio, de una revelación. Después de sus medidas de austeridad y fomento de los mercados financieros, por fin, “una UEM profunda y auténtica proporcionará un lugar estable y próspero para todos los ciudadanos de los Estados miembros, que podrán formar parte del mismo si están preparados para ello”. El alto componente religioso de este texto debe ponernos en alerta. Para empezar, se habla de un más allá prometido y, después, de la manera más siniestramente luterana, se nos avisa de que solo quienes estén preparados, quienes hayan realizado los sacrificios necesarios, pisarán tierra prometida, siendo responsabilidad particular si un Estado no obtiene prosperidad.
¿Asusta, verdad? Pues esto es solo el primer capítulo...
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