Hoy lo llamamos neoliberalismo y esas políticas económicas fueron las que forzó en el mundo el FMI como brazo ejecutor y el Banco Mundial que negaba préstamos a los países que no aceptaban las imposiciones del FMI. Exigencias como ’ajustes estructurales’, que eran reducciones de salarios y facilidad de despido, supresión de políticas sociales, privatización de servicios públicos... América Latina sufrió en los ochenta y noventa la dictatorial imposición del Consenso de Washington y sus poblaciones lo pagaron con más pobreza, incertidumbre y hambre.
Ese falso Consenso, con el eufemismo de “ampliar la base tributaria y adoptar tipos impositivos marginales moderados”, impulsó una auténtica contrarreforma fiscal para que los ricos pagaran muchos menos impuestos y los pobres más con impuestos indirectos. Desde entonces los sistemas fiscales son más regresivos, más injustos y, por supuesto, insuficientes.
También a partir de los ochenta creció tanto la desigualdad que incluso un informe reciente de Credit Suisse reconoce que el 70% de la población del planeta apenas posee en conjunto el 3% de la riqueza total, mientras un reducidísimo 9% acumula el 85% de la misma. Incluso el FMI reconoce hoy que la desigualdad avanza de modo preocupante y que es nefasta para la economía. Por supuesto, el aumento incesante de desigualdad tiene mucho que ver con la reducción de recaudación fiscal de los estados por haber rebajado una y otra vez los impuestos a quienes más tienen, además del resto de políticas neoliberales. La ofensiva neoliberal que combinó devaluación salarial y menor pago de impuestos por la minoría rica comenzó con el presidente Carter en EEUU y prosiguió veloz con Reagan en ese país y Thatcher en Gran Bretaña para extenderse a casi todos los países del llamado occidente como marea negra de petróleo en el mar.
Setenta millones de ricos contra 7.000 millones de personas
Un informe de Oxfam Internacional ha puesto fecha a la desigualdad. En 2016, ocho años después de que estallara la crisis (que en realidad es un saqueo), el 1% de la población acumulará más riqueza que el 99% restante. Bajando al detalle, en el mundo solo 211.000 personas (0,003% de población) super-ricas ya poseen el 13% de toda la riqueza, mientras 70 millones de personas (1%) poseen más riqueza que 7.000 millones. Aunque también puede verse así: una de cada nueve personas no tiene para comer, 1.000 millones de seres humanos sobreviven con menos de 1 dólar y cuarto diario... pero John Paulson, por ejemplo, dueño de fondos especulativos de inversión, gana al año tanto como 80.000 enfermeras tituladas en EEUU. Y apenas paga impuestos. Lamentablemente no es un caso excepcional de desigualdad obscena. Hasta el Foro de Davos advierte sobre la brecha que aumenta sin parar entre ricos y pobres.
En 2016 el 1% de la población acumulará más riqueza que el 99% restante, según Oxfam
Pero qué esperar de un sistema, el capitalista, que se justificaba así en sus inicios por uno de sus profetas, Bernard de Mandeville, holandés del siglo XVIII. En su libro “La Fábula de las Abejas. Vicios privados y beneficios públicos”, sostiene que los individuos son vanidosos y buscan el placer y, al vivir lujosamente, hacen circular el dinero y la sociedad progresa. Gastar el dinero en lujos beneficia a los pobres, escribió, porque la demanda de lujo favorece el desarrollo de las industrias y la creación de empleo.
Más allá de esa indecencia de Mandeville, la desigualdad ahoga a miles de millones de seres humanos, pero se puede combatir en buena medida con impuestos justos y progresivos con los que tribute más quien más posee y gana. Justicia y progresividad son base de la suficiencia fiscal, principio por el que se recauda para satisfacer derechos y atender necesidades, al contrario de las políticas fiscales habituales que elaboran presupuestos según lo recaudado.
El principio de suficiencia fiscal lleva además a establecer impuestos sobre la riqueza, sobre el capital y sus movimientos, que pagan muy poco, cuando pagan. Porque un objetivo fundamental de la suficiencia fiscal es enfrentarse a la acumulación de riqueza en pocas manos.
Como han demostrado economistas críticos, la concentración de riqueza en pocas manos es un peligro real para la estabilidad económica, además de para la democracia. La suficiencia fiscal supone mayor exigencia tributaria para quienes más tienen y poseen y puede reducir así la acumulación de riqueza por pocos.
Un poder privado enorme conduce al desastre
Daniel Raventós ha explicado que un poder privado tan enorme como el de las grandes corporaciones transnacionales y grandes entidades financieras logra imponer su voluntad al mundo. Porque esa capacidad privada desmesurada ha puesto a la mayoría de estados al servicio de la minoría rica. El conflicto sin horizonte de solución, que enfrenta hoy a Grecia con el Eurogrupo, es clara muestra de cuan nefasto es un gran poder privado. Las poderosas élites económicas moldean las fiscalidades según sus intereses y, no solo eluden (y por supuesto evaden) los impuestos que deberían pagar, sino que logran bonificaciones diversas, créditos fiscales, adjudicaciones ventajosas y subvenciones además de ayudas legislativas u omisiones a su favor en la legislación. El desenlace es que no pagan cientos de miles de millones o incluso billones de impuestos.
Contra la política fiscal de que los ricos paguen más, un infundio recurrente pretende que, al imponer más tributos a fortunas y grandes empresas, se van del país que grava su riqueza y eso significa menos inversiones, menos crecimiento y menos empleo. Falso. Está ampliamente documentado que rebajar impuestos a grandes capitales y patrimonios nunca ha significado más inversiones productivas en el país que reduce impuestos. Según The Wall Street Journal, nada sospechoso de ser antisistema, el enorme beneficio para las grandes rentas que supuso la rebaja de impuestos en EEUU a partir de los ochenta no mejoró la economía del país y, además, el inicio del siglo XXI, “fue el peor período de creación de empleo en la historia reciente de EEUU”.
La gente común aporta la mayor parte de recaudación fiscal
En 1932, el máximo tipo impositivo que pagaban quienes más tenían y ganaban era 63%, pero durante la Segunda Guerra Mundial, grandes empresas y fortunas tributaron un tipo superior al 90%. Tras la victoria aliada, la presión fiscal disminuyó y volvió a ser el 63%. En nuestros días, Warren Buffet, uno de los cinco hombres más ricos del mundo, ha reconocido que él paga un tipo impositivo del 17,5 %, cuando sus empleados pagan mucho más proporcionalmente sobre sus ingresos.
Lo cierto es que quien sostiene las arcas públicas es la mayoría ciudadana; no las élites económicas. En 2014, por ejemplo, los españoles de a pie pagaron más impuestos que nunca. “Pagan más que nunca los que pagan siempre”, asegura el investigador de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) Ignacio Conde-Ruiz. Según datos históricos de la Agencia Tributaria, la carga fiscal que soportaron pequeñas empresas, autónomos y asalariados en 2014 fue la más alta en veinte años. Y, aunque había tres millones de ocupados menos que en 2007 y el gasto con IVA fue 100.000 millones menos que en 2006, hubo mayor recaudación del impuesto sobre la renta (IRPF) y del IVA, porque pagó más el pueblo trabajador,
Lograr que la fiscalidad se rija por el principio de suficiencia, además del de progresividad y justicia, es imprescindible para reducir notablemente la desigualdad y frenar la concentración de riqueza en pocas manos. ¿Utopía? Nelsón Mandela escribió que “siempre parece imposible hasta que se logra”.
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